Juan Enrique

Juan Enrique era un hombre de acero,
trabajaba en el ferrocarril,
era toca una leyenda
y, según se cuenta,
sus hazañas son más de mil,
sus hazañas son más de mil.

Juan Enrique tenía una maza
más potente que un martillo pilón,
si de un clavo se trataba
él nunca fallaba,
Juan Enrique era un campeón,
él y su martillo pilón.

Le gustaba el polvo del desierto
y el polvo de la vía del tren,
el polvo de la pradera
en otoño y primavera
y el polvo del agua también,
y el polvo en el agua también.

Las mujeres de todo el estado
le pedían siempre algún favor
Y como buen samaritano
en vez de una mano
siempre les echaba las dos,
siempre les echaba las dos.


Pero los tiempos estaban cambiando
y Juan Enrique oyó decir
que habían inventado
algo muy sofisticado
y que le iba a sustituir,
y que le iba a sustituir.

Se trataba de un artefacto
económico y muy fácil de usar
que en muy poco tiempo hacía
lo que un hombre en todo un día
y no se cansaba jamás
y no se cansaba jamás.

Y Juan Enrique lanzó un desafío
y propuso una competición
Y empuñando su herramienta
le plantó cara a la ciencia:
vamos y que gane el mejor,
vamos y que gane el mejor.

Si Juan Enrique venciera al progreso
le seguiría por tierra y por mar
Pero no solamente por eso,
sino por un beso que me quiera dar.


Se enfrentaron la máquina y el hombre
en una contienda desigual
mas se habían olvidado
del factor humano,
de ese factor físico y de ese mental,
sobre todo de ese mental.

Y Juan Enrique ganó el desafío
pero no aguantó su corazón
y ha pasado al firmamento
de los héroes de los cuentos
por caer al pie del cañón,
él y su martillo pilón.

Esta historia tiene su moraleja
pero yo no la acabo de pillar,
dime tú qué significa
que el trabajo dignifica
si te mueres por trabajar
y te matas a trabajar.


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